miércoles, 3 de agosto de 2016

Balar

Nos conocimos en una noche de molla fumarada, disfrutamos del silencio, era usted un desconocido más  con el que solo se hubiera podido compartir  aquél licor de roble,  nada especial para mis ojos cafés, nada interesante para mi mente ignorante, nada importante para mi clausurado corazón.  La noche avanzo y no era usted más que un extraño con el que cruce pocas palabras, gestos mínimos y desinteresados saludos.  A los días siguientes cuando lo encontré en su cómoda cotidianidad lo descubrí, intangible, con historias en los ojos, con clausulas infinitas en los labios, con soles luminosos en las palmas de las manos… había encontrado alguien de quien aprender, alguien que me enmendaría en la practica y me corregiría en la amistad.
Confié rápidamente, mi aprecio fue pronto, mi atención mental estuvo en vivencia suya todo este tiempo, Tal vez  hago mal en escribirle este montón de letras, pues solo son mi pretexto  para decirle bajo tinta lo mucho que lo admiro, por este atrevimiento me condeno a contornearle sus blancas pieles reveladas en sueños, en lealtades cercanas,  ha estado presente en el ultimo lapso de mi existencia forjándome las comas, desafiándome los puntos, y cercándome de miedos.

Grandes esperanzas han florecido en mis lúgubres conversaciones con usted, donde príncipes psicópatas, flores carmesí y mujeres de oro toman el curso de nuestro hablar, mientras me fijo en el valor de su sensibilidad cubierta de crudeza y  cabello castaño.

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