Tal como una deidad derretida
marcada en la espalda con su vagabundez, se exhibía por encima de las vitrinas la fealdad atropellada por su
ruidosa imagen un montón de sebo, un reino de patrañas con torso simétrico, que aplaudían los coros inversos del asco, una
calma turbia, una repugnancia que todos admiraban, y pensar que era lo que todos amaban, mientras ella solo anhelaba volar, pero la pobre ya se había quemado las
alas, mantenía volando de esta realidad con un canuto de cáncer revestida de papel, un humo que llamaba
al caos, mientras otra
entidad sentada sobre la manta terrosa
de la acera manipulaba sus artes, donde un clarinete hacia revolución, y la revolución
se hacia cultura. Así eran estas dos, una demente ilusión de belleza, entre lo
repelente y lo hermoso, entre su desproporción
moral, sus sangrientas manos, entre la vista de miles de candorosos, de enamorados de este
suelo, entre laurel y asfalto de linfa los recorridos se marcaban, y visibilice
el monte perfecto que yacía entre ellas dos…
Dos ciudades, dos paraísos malditos, y los unía
una cuenca dulce adornada en tierra y saborizada con caña.