Siempre la veo desde una banca de
concreto, siempre con la necesidad urgente de seguirla en mis pupilas, intentando
descubrir su mirada compleja, mis sueños atraídos por “una maldita flaca con
los huesos bien puestos” con poca carne abrazándole el calcio, arterias como cañerías
escupidas de cañerías, esa pretensión de “buscar el sabor de su saliva”,
arrancarle el pellejo, curarle el ardor de las heridas infectadas, en mi afán de narcosis, no me enteraba que mi
cielo me ahogaba, en pequeños planetas de miradas, era mortal, como el teñido de sus cabellos, como lo
descarnado de sus caderas, como su color café, quiero sentir con ella esa
corriente que me recorre de los pies hasta el cuello cuando la pienso como
antes, antes de haberla visto, antes de besarle la mejilla, antes de escuchar a
los dramáticos sopranos sobre una laguna oscura de música.