Mírenlos hay sentados como miserables mientras yo sentada haciéndoles
compañía, el autobús se movía a ritmo de
sus impulsos acelerados con el morbo de
pesos, mientras por la ventana transcurrían mis sueños embusteros empalados en
hojas de mata ratón, troncos de caña dulce renacían del suelo, el viento disperso
con unos cabellos rojos se chocaban con unos rayos amarillos de sol y a lo
lejos se divisaba una blanda cama de nubes, ellas recostadas en los andes del
valle. Al entrar en la ciudad se veían unos pocos cultivos de millo, cultivos
guerreros, señal de deserción, deserción que solo yo veía por las ventanas, y
se inyectaban a través del cristal hasta las pupilas, por hay uno que otro mal amor,
arraigado uno que otro charco apantanado, troncos gemelos, puertas cerradas, un
viejo y un libro oxidado, paredes con bloques de concreto que encogían y almacenaban la patria, carreras cuarteadas, se acerca mi
destino pues la curva y el volteo del auto me lo informa, esquinas con labial y
condón, niños arrastrados y felices, enrejados con delirio de éxtasis, las cerámicas, cemento, reja y madera,
bañados por un putrefacto pus de humanidad, formas del ente urbano, las bolsas
negras con basura a medio hacer, las ancianas con cajitas de trabajo y mis
ganas de escribir, la alegría de sus colores palpitantes sus olores tan terrosos
y mortíferos, las galerías bañadas de comercio, allí en las edificaciones tan
lejanas pero tan cercanas de nuestro tiempo actual. (…)