miércoles, 4 de noviembre de 2015

Parcela Aséptica (Siloé)

Noreña era un apellido de las tierras, por donde una niña corría como muñeca de trapo,  cual muñeca que aprendió a caminar en semejante contorno urbano,  corría por las escaleras cuarteadas de cemento y cincel, hasta su primera década el Noreña vivió para mutar en un perfume Rodríguez a base de orquídeas negras, maíz, y patatas.
 Una cabellera negra que se chocaba con los ventarrones nauseabundos de los caños oscuros, sudores de la ciudad penetrados en polvos coloridos mezclados en el aire de un Siloé nuevo, que con mucho esfuerzo apenas abría los ojos a los despertares purpuras, que se evaporaban con un cansancio azul de trabajo y faena, carroña y placeres, robos y fantasías, cosidos por un “amarre de sueños”.

Con el traspasar de años, raspados como el arco de un chelo, la mujer en cuestión, nacida de expectativas, cual luthier fabricante, renacía como una María, hermosa llena de vida, que atrapo millones de soles de arena, bañados en tormento de azufre, creyó tener el cielo en la boca y olvido aterrizar los pies en el pavimento, estuvo a punto de asfixiarse entre cortadas profundas de las paginas empañadas de letras y sabiduría,  dichas paginas congeladas en el desvelo profundo de su amor a semblanza. ¿Cuánto tiempo a pasado desde que la muñeca camino? ¿Desde que ella muto en perfume de hormonas? ¿Cuándo se convirtió en neuronas andantes?... Ceneida, mi señora, entre los amoniacos oxidantes de tu pelo, un asfalto líquido de cemento te rodea los recuerdos vagos de un pasado, ese mismo que te rodeaba de soles lóbregos, visiones de plasma infraganti entre monóxidos de autos atorados en pieles, una tosquedad airada de la vida, bitácoras de un monte caleño, que perdura en unos recuerdos que no conoces. De Allí hasta acá, sangre de fuego y viendo, palpitando a flor a pasiones  Maria Ceneida Noreña Rodriguez.


Con el mayor aprecio Natalia Hoyos.