Como una novela sin fin, acabado
de pasión y con fuego incitante de
rebusque, se consumía en soles, los ojos de un negro con influencias de las purezas
de los laureles, saturado de paciencia carisma, descontrol, peso en levedad, y una
calma mental insoportable.
En afanes del día, su sangre la
empujaba un ritmo rápido, un tempo inalcanzable, un punk corrosivo, fruncía el
seño a las adversidades, golpeaba con más fuerza que la corriente, se sacudía
los pesares, y enterraba los temores, disfrazaba sus dolores de impunidad. Como
los artistas extraía el fango más putrefacto, y lo procesaba a una perfección
fascinante.
Era la mancha de las sombras, y
era la luz jodida de un pasillo, poseía la piel desteñida de un extraño, tres
lunares que le geometrizaban el hablar, también tenia de esas miradas que no se
ignoran, potentes, oscuras, como un caos atareado, y un
corazón vehemente.
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