Llegar al frio más caluroso, las
pieles engrasadas de camiones de mercado, donde todos los niños entraban al “inter”
por los encargos de sus madres, allí empezaba mi travesía, esperaba con un
cigarrillo el viaje que del palo me conduciría al sector conocido como la
sucursal, dimos la vuelta al diablo, los arboles de flores apestosas en
rincones de la vía conducían el viaje, un pequeño lugar donde no entraba el
trasporte, donde las tierras naranjas manchaban las vestimentas, donde la
tierra solo daba maleza, tierra de
nadie, tierra del pueblo, ancianos, niños, mujeres, hombre y animales que se
perfumaban en humildad, el vapor de
plomo se aplacaba con una bondad bañada en sangre, la mala imagen los había hecho
un estigma corrosivo, pero su humanidad los había hecho fuertes…
Baje del pequeño camión que en un
debido momento sirvió a la patria, ya allí
en el billar que quedaba en la esquina, di la vuelta hasta una escaleras que descendían
hasta un caño que me trasportaba siempre a mi infancia cuando mi abuela me
llevaba de la mano por entre las calles sin pavimentar, a los ranchos de lata y
esterilla donde mi papa y mi mama se conocieron, hay mi siloe, no eres mío, no
eres de nadie, nunca viví en tus tierras
pero provengo de ellas, un monte urbano iluminado por mi Cali, donde solo tú me
observabas asustado.
Llegue al pequeño paso, un puente
hecho hace mucho donde daba paso a otras escaleras idénticas, donde se dividían
las calles, donde se dividían las gentes, donde me perdía yo en sus oscuras
calles, y aparecía de repente en los más hermosos despertares del planeta,
donde tu indignación me llenaba de valentía a flor de piel, para estallar en
las causas de nuestra gente.
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