Llevaba las horas almacenadas en
mi aire, llevaba una nostalgia coloreada en el iris de mis pupilas, dibujaba en
la visión fragmentos de sepia, mil diablos caminaban por encima de las cabezas,
frenaban en las esquinas de avenidas y callejones, recorriendo sus idilios, sus
infinitos demonios, sus infinitos ángeles, sus infinitas utopías, les quebraban
los huesos, espectros ridículos disfrazados de comunidad, disfrazados de amor,
pero con el mensaje tatuado de odio.
En esas avenidas donde los pies
escribían desmayos, encuentros, metas, caminos, senderos, la ruta estúpida del
escape, el escape obligatorio del cuerpo, y el cuerpo arrastrado por la
monotonía, las avenidas que cruzaban la ciudad hasta convertirse en pasaje, en
camino, en un callejón mal oliente, mojado, con la peste verde del ebrio, del drogadicto o el perfume barato de las
pasiones de la mujer de la noche, el camino ese que atravesaba pasajes, hasta llegar a los
podridos barrios marginados, donde cruzaban las memorias de mil amores, donde
la memoria de esos enamorados recaía en la visión dañada de los viejos, puesto que la memoria de los
pueblos son sus ancianos, vidas con
figura, pretextos de felicidad humantes y burdos, sucios como el que decía que
la belleza duele, estúpido infringir dolor para mostrar, mostrar una farsa,
falso como los senos de la rubia en minifalda que va en aquella calle, y el
puente aledaño al camión por donde atraviesa esa mujer
que llevaba en brazos a una bebe, bebe que callo al agua que dormía
debajo del puente, agua dormida que
ahora le duerme los pulmones a la criatura, quien sabe por que se atravesó a
hacer semejante cosa, ven lo que digo, pretextos de felicidad, ya sea que todos
busquemos nuestra felicidad todos terminaremos enterrados de medio cuerpo en el
pavimento intentando tragar la ceniza de sociedad que nos comanda la vida, que
busquen el niño que no aman pero decían que les daría felicidad, que se ponga
el implante que te hará mas mujer, que se disfrace de romance el instinto de
fornicar, que se disfrace de riqueza la avaricia de papel, nos bañamos en
mierda todos los días y creemos que volamos, todos cosidos por el cuello, todos
quemados por el billete tinturado con
sangre, ¿felicidad? Sea feliz cuando despierte con ganas de ayudar a otros a
despertar con usted, la indignación del humano me quema con acido, la
indignación me hace fuerte, me hace débil, me hace pobre, me hace rica,
valiosa, o débil, todo depende del uso
que le demos. Mientras tanto nuestra madre sociedad nos seguirá ahogando cuando
pueda, en la mente del bebe lanzado a la turbulencia retumbaba en mensaje !me
ahogo! ¡Me ahogo¡ ¡sálvenme¡ eso estaba
en su mente solamente, puesto que el niño además de ser callado por el agua que
se mesclo con la sangre, el niño ni siquiera se le había enseñado a hablar, y
ya se le estaba callando.
¿Acaso no todos somos como el
pequeño? Antes de pensar se nos enseña a obedecer lo estipulado, al frente nos
ponen un muro y antes de enseñarnos a escalar debemos abrirnos en cráneo, no
sabemos hablar, puesto que se nos enseño primero a callar, decida su deja morir
su voz, o la encapsula en carne, incoherencias las que digo, pero seguramente,
algo debió entender que mi ruido, el mensaje que quiero se que llego, y si no
llego aun usted esta enlagunado en lamentos debajo de aquel puente, deme su
mano yo quiero sacarlo de allí, así caiga al agua de nuevo con usted.
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