Nos conocimos en una noche de
molla fumarada, disfrutamos del silencio, era usted un desconocido más con el que solo se hubiera podido compartir aquél licor de roble, nada especial para mis ojos cafés, nada
interesante para mi mente ignorante, nada importante para mi clausurado corazón. La noche avanzo y no era usted más que un
extraño con el que cruce pocas palabras, gestos mínimos y desinteresados
saludos. A los días siguientes cuando lo
encontré en su cómoda cotidianidad lo descubrí, intangible, con historias en
los ojos, con clausulas infinitas en los labios, con soles luminosos en las
palmas de las manos… había encontrado alguien de quien aprender, alguien que me
enmendaría en la practica y me corregiría en la amistad.
Confié rápidamente, mi aprecio fue
pronto, mi atención mental estuvo en vivencia suya todo este tiempo, Tal
vez hago mal en escribirle este montón
de letras, pues solo son mi pretexto para decirle bajo tinta lo mucho que lo
admiro, por este atrevimiento me condeno a contornearle sus blancas pieles reveladas
en sueños, en lealtades cercanas, ha
estado presente en el ultimo lapso de mi existencia forjándome las comas, desafiándome
los puntos, y cercándome de miedos.
Grandes esperanzas han florecido
en mis lúgubres conversaciones con usted, donde príncipes psicópatas, flores carmesí
y mujeres de oro toman el curso de nuestro hablar, mientras me fijo en el valor
de su sensibilidad cubierta de crudeza y cabello castaño.