Empecé mi camino temprano como de
costumbre, sus pies eran tan pequeños, tan delicados, no maquillaba sus uñas
pues rara vez se les veía, seguí por el
sendero de sus piernas doradas largas y calientes al llegar a una enredadera de estrías y cicatrices que le rodeaban la cadera al igual
que parte de sus muslos, ella un poco
apenada pues pensaba que eso opacaba el resto de su ser; eran líneas que
perturbaban su perfección pero mi lengua
las apaciguaba, para darle a entender directamente a su piel, que su belleza
era absoluta. Un vientre firme delineado con dos sombrías líneas a los
costados, y una cereza de ombligo que seducía a cualquier espectador, una
cintura tan angosta que con mis manos sujetas casi le daba la vuelta, ese plano
valle de su abdomen renacía en dos colinas, unos senos hermosos, pequeños, y
cómodos a su ectomorfa figura, perfectos… perfectos para mis labios, mientras
mis manos conquistaban terreno en su espalda, exhaustas por el recorrido descansaron en dos agujeros construidos por
las formas de su espalda baja, volviendo
a mis labios que descendían apresurados de las colinas a una bahía, esa clavícula tan delicadamente
cubierta con una piel muy suave, una clavícula huesuda y áspera a la vez, que desembocaba en un cuello que solo provocaba
besar hasta el Armagedón, largo, delgado, estilizado, elegante… ¿Cómo una parte
de su cuerpo, una tan simple, me hacia desearla tanto?
Tome su mentón y lo eleve al cielo, observe la llanura plena
de su belleza por completo, todo el terreno recorrido hasta ahora, todas las
tierras que había conquistado, pero aun debía batallar en ese puente por su
piel, le bese el cuello hasta que un
rastro húmedo la cubrió, ella respiraba apresuradamente, yo también lo hacia,
su cabello negro de latina, caía sobre
un almohadón de lino blanco, que descubría su rostro caluroso por el presente
encuentro, mordí su mentón el momento lo ameritaba, a lo que ella abrió un poco los labios, labios que parecían
arrancados de afrodita para ser dispuestos y obsequiados a ella, con un leve
tono rosado, delgados, que abrían la puerta a una lengua inquieta, aprisionada por siglos,
desnuda de miedos, dispuesta a todo… sus ojos para mi eran un misterio, una
amplia cortina de pestañas le cubrían las pupilas, solo fue hasta que mordí tan
fuerte sus labios, que soltó una ráfaga de viento y un ahogado gruñido, que
abrió los ojos y los fijo en los míos,
fue allí, justo allí, donde me
perdí totalmente, pues todos sus paisajes ahora se habían convertido en
minucias, en un agujero negro que me atrapo, ese par de joyas cafés, me
extasiaron sin fin, podría perderme días y horas en su pecho, en su vientre,
piernas y no conseguir nada, pero en esos ojos podía extraviarme por años y
vidas, y encontrar pronto el punto donde el cielo y el infierno se confabulan.
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